Isla de Toas
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Un RAE en Isla de Toas

Por: Marcelo Morán

Grupo de varias veleras/Adornan las radas de mi Toas/Chalanas, piraguas y canoas/y los verdes cocoteros, sus riberas.

Así comienza la primera estrofa de la danza: “Canto a mi Toas” que identifica éste ámbito insular cuyo autor fue el poeta Leví Parra, y que recorriera como un tornado la geografía nacional en la década de los sesenta en la voz de Víctor Alvarado, su máximo cantor, y uno de los mejores del Zulia de todo los tiempos.

Esa es la razón por la que su gente es tan alegre, canta, compone canciones y toca cuatro.

Isla de Toas deriva su nombre del vocablo arawaco: Touu, que significa mis ojos, en alusión a sus cerros más altos que servían de atalaya a sus primeros pobladores, afín de identificar en la distancia alguna presencia extraña o enemiga.

La
comunidad toense, que tiene como capital El Toro, conforma junto a otras islas una especie de archipiélago en pleno delta del lago de Maracaibo, que a la vez compone el municipio Insular Almirante Padilla.

Tiene una población cercana a los 10 mil habitantes y una extensión de 150 kilómetros cuadrados.

En
mi infancia, recreaba la fantasía de que su forma larga y ondulada se debía quizás a un dinosaurio envejecido, que por el peso descomunal de su cuerpo, no pudo escapar al inexorable fin de su era, y quedó petrificado allí, para la posteridad, con ricas vetas de piedra caliza, a diferencia de su extinguida manada, que se trasformó en otras partes del Zulia en ricos yacimientos de petróleo.

Viéndola
desde El Moján, -tierra firme- parecía una montaña azulada que flotaba en el Coquivacoa con unos claros de tierra en su extremo occidental, que ya reflejaban sin equívocos la devastación de sus cerros.

Así la encontró el padre Francisco Hilarión Sánchez Carracedo cuando vino a instalarse en septiembre de 1966
como párroco de la iglesia Nuestra Señora de Lourdes, luego de cumplir una meritoria labor pastoral Así la encontró el padre Francisco Hilarión Sánchez Carracedo cuando vino a instalarse en septiembre de 1966 como párroco de la iglesia Nuestra Señora de Lourdes, luego de cumplir una meritoria labor pastoral y literaria por varias partes del mundo.

Este
ilustre misionero, perteneciente a la orden de los carmelitas, nació en Hinojosa del Duque, Córdova, España, 04 de octubre de 1909, donde se hizo una celebridad, a juzgar por la vasta obra poética que dejó, en la que destacan: La Azucena de Vich, La Aldea de la Virgen, Liras Hermanas, escrita en 1957, en español y portugués, que mereció su ingreso a la Real Academia Española

Una
vez aquí en Venezuela, escribió: Una mujer esclava del hogar en 1967, y otras que también merecieron el reconocimiento del mundo literario.

Desde
su llegada en septiembre de 1966, emprendió una cruzada en defensa de la isla ante el cuadro de abandono en la que se hallaba, sobre todo, porque no se revertían los beneficios que le correspondía por la explotación de su principal recurso: la piedra caliza, cuando formaba parte del extinto Concejo municipal del Distrito Mara, de la que dependió por espacio de largas e inmemoriales décadas.

Esto
lo llevó a abanderar con el pueblo un movimiento de autonomía, que se concretaría veintidós años más tarde, en 1988, cuando entra en vigor la Ley de División Político Territorial que concedió la creación del Municipio Insular Almirante Padilla.

Esta nueva realidad, al principio, no llenó la expectativa que ansiaban los pacientes insulares, y fue entonces
cuando volvió a resonar desde el púlpito los reclamos airados del padre Hilarión, que ante la ausencia de recursos para acometer trabajos de interés para la comunidad, tomó la resolución de emplear sus propios ahorros para reparar la casa parroquial de Nuestra Señora de Lourdes, así como el templo de la Isla de San Carlos, y otras obras que ayudaron a mejorar el rostro del casco urbano, con apoyo ferviente de las comunidades.

Así era el
padre Hilarión, a quien tuve la dicha de conocer en la década de los ochenta, cuando se me ocurría visitar por temporadas mis familiares en la población de El Carrizal. Todavía lo recuerdo con nitidez: usaba un sombrero negro con la que recorría de extremo a extremo la isla en labor evangelizadora.

Era de mediana
estatura, de cejas pobladas y un timbre de voz recia, como era su personalidad.
Así era este sacerdote español, que un día abandonó su tierra, la gloria de sus méritos académicos para venir a servirle a Dios en el remoto pueblo de Isla de Toas, donde su gente amable y agradecida lo sigue venerando con el mismo cariño y amor que tanto él le profesó.

El padre Hilarión fue al encuentro del Señor el 09 de marzo de 1997, a los ochenta y siete años de edad. Sus restos
reposan en un mausoleo construido al lado de la Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, donde se yergue un cuadro pedestre -al óleo- que recuerda su imagen pastoral: pintado por el reconocido artista toense Hugo Espina.



 


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